La historia del hombre apático que quería ser un pato (2015)
Habitáculos polimorfos
(Texto para el catálogo de la exposición «La historia del hombre apático que quería ser un pato«)
“Érase una vez, una curtida anciana que colocó un poco de almidón en un recipiente con la intención de empolvarlo sobre la ropa en su batea…”, así comienza la tradicional fábula japonesa El gorrión de la lengua cortada, incluida dentro del género fantástico, llamado en Japón “kaidan”, que se traduce como “cuentos de fantasmas”.
¿Érase una vez un artista que deseaba convertirse en pato o en gallina? Esta pregunta surge ante los títulos de las exposiciones del psicólogo y artista Jose Miguel Marín Guevara (Murcia, 1979), que en esta ocasión presenta en Espacio Pático el proyecto multidisciplinar “La historia del hombre apático que quería ser un pato”, quien también nos emocionó en 2012 con las obras que formaban Los retratos que sueñan (con la habitación de las gallinas azules.)
MarínGuevara ofrece en esta exposición un complejo entramado creativo para el que emplea 21 instalaciones, pinturas y un vídeo-performance, donde continuamente el pato (anas platyrhynchos domesticus) es el supuesto protagonista que figura como pretexto para emitir un comprometido mensaje social, con una narración creativa sobre la que el autor hilvana sus diferentes influencias artísticas, “relatos extraños con personajes extraños”, de manifiesta interpretación freudiana. Tal vez se podría adivinar que MarínGuevara se autoprovoca una catarsis para experimentar, `para diseñar el eje conductor de su último trabajo, en el que Sigmund Freud (1856-1939) y sus teorías deambulan con cierta presencia simbólica, pero evidente. Según este célebre neurólogo austriaco existe una información valiosísima situada en el preconsciente, que sería una capa ubicada entre el consciente y el inconsciente.
La propuesta de este reflexivo artista es atractiva a simple vista, muy plástica, pero contiene múltiples pulsiones primigenias y responde a estímulos que provienen de la necesidad que tiene el propio autor de expresar sus inquietudes, sin llegar a ser -quizá- consciente de sus patrones contagiados de represión, de carencia y de virtud. En cada obra de MarínGuevara perdura una denuncia vital y, a la vez, un extraño deseo de gratificación personal entre el ello y el yo. El joven autor idea y construye cada una de sus “casas” a partir de simples jaulas manipuladas, idealizadas, agrupadas, inventadas… para introducir en ellas a seres atípicos con rostros que gritan, sufren y se lamentan, entre rejas, de un dolor colectivo estridente y cromático. Podríamos mencionar la Jaula de Faraday, (1791-1867), que el químico y físico británico dedujo para aislar la contaminación electromagnética y, a su vez, proteger los campos eléctricos estáticos. La metáfora puede resultar válida.
Instalaciones, pintura y vídeo-performance se entregan como piezas reeditadas, como un proyecto asociativo que contiene pensamientos y recuerdos reelaborados a partir del inconsciente. Se altera el lenguaje morfosintáctico, de la forma y de la función, se revalida la ironía, se modifican las leyes del establishment artístico. Se exalta el valor de lo coyuntural, de lo fugaz y de lo inmediato, porque la creatividad es un “puro ejercicio de voluntad”, atrás queda el legado maniqueísta de la Historia del Arte. Así también lo concibe MarínGuevara.
Necesariamente debemos retroceder a la inquietante labor que supone las acciones creativas pensadas por Marcel Duchamp (1887-1968) cuando el visionario e influyente artista francés nos dijo en el año 1938: “¿Se pueden hacer obras (de arte) que no sean (obras de) arte?”. Y él crea el primer ready-made, titulado Rueda de bicicleta sobre un taburete. Duchamp establece en sus obras ciertas in-confluencias entre el psicoanálisis y las cuestiones academicistas de las artes plásticas. MarínGuevara, al igual que Duchamp, trata de transformar los objetos de uso cotidiano en obras de arte “diferentes”, mediante elementos escogidos libremente, sin grandes pretensiones, y a los que él distorsiona y les obliga a interactuar con el sórdido mundo exterior, donde se encuentran individuos con deseos indisciplinados por no poder superar la “fase oral” (en los primeros meses de vida) a la que alude Freud.
El psicólogo-artista encapsula en las jaulas (casas) piezas arbitrarias, alejadas del concepto vigente de “lo bello”, e introduce deliberadamente productos desahuciados, inválidos, residuales, desechados… que alimentan la “indiferencia visual”. Los artesanales modelados de rostros, con volúmenes y texturas, hechos en silicona traslúcida tratada, se intercalan y dialogan sin pudor con materiales reciclados: listones de madera, plásticos, tubos de P.V.C., cartón, pigmentos, alambre, hilo de lana, raíz de árbol, metacrilato pintado con acrílico… y nitrilo, resina acrílica y de poliéster, escayola, espuma de poliuretano inyectada… e incluso interviene un tizón encontrado casualmente en una nave industrial recién incendiada. Un conjunto creativo descontextualizado y misterioso, que algún espectador calificaría de intrépidas escenas urbanas, consecuencia de un mundo desestructurado, consumista y donde habitan seres indefensos con altos índices de frustración.
En el vídeo-performance, Pato a la pekinesa, de 14 minutos, interviene el propio artista junto al actor performer y fotógrafo Emi Wilcox; ambos representan, en silencio, una secuencia magistral del bautizado, en 1962, por el crítico británico Martin Esslin, como “Teatro del absurdo”, escenificando un intercambio de roles sociales con delirio interpretativo de factura polimorfa. El pato se humaniza, viste chaqueta, ya no es un ave anátida ni un suculento manjar que se remonta a la Dinastía Yuan (1206-1368). El pato es un objeto, una lámpara… El pato o ánade real se convierte en “Hombre pato (dos veces)” pintado con técnica mixta sobre lienzo… El pato desprende, como algunas de las obras de Duchamp, lecturas con contenido sexual… El pato quiere ser artista. Freud recordó que “Platón dijo que los buenos son los que se contentan con soñar aquello que los malos hacen en realidad”.
El artista sucumbe ante el cine y la literatura japonesa, con sus “historias de lo raro”. Sonidos de campanas tubulares acompañan al cortometraje Pato a la pekinesa, ensamblado con imágenes aparentemente inconexas. La novela Baila, baila, baila, del escritor nipón Haruki Murakami se cuela en el inconsciente de MarínGuevara, al igual que los fotogramas de las películas de David Lynch. La reelaboración creativa se mantiene en los experimentos del artista-psicólogo… y se potencia la reconstrucción nociva para resolver conflictos internos del ser humano. Y resulta que al final anularemos todo lo dicho, porque ésta podría ser La historia de un pato pático que quería ser un hombre.
Pedro López Morales
Crítico de arte y gestor cultural
Pato a la pekinesa / Vídeo performance
MarínGuevara y Emi Wilcox